Hacer un poco de historia ficción es una actividad que puede ser muy divertida, que nos actualiza y ayuda a conectar con el pasado.
Richard Wagner nació en Leipzig en el año 1813. Hoy queremos trasladarlo al siglo XXI e imaginar cómo sería su arte con las tecnologías y posibilidades que tenemos actualmente.
Para ello, tenemos que recordar algunos datos importantes sobre su obra. La ópera era su tipo de composición predilecta y era extremadamente cuidadoso con todos sus detalles. Se le considera el creador del llamado “Arte Total”. No sólo era el encargado de poner la música, sino que además se atrevía con el libreto y la selección de las historias. También tuvo interés en controlar cómo era la escenografía, el vestuario y para colmo… el propio teatro. Sí, parece increíble, pero Wagner quería tener un teatro donde poder lucir sus óperas y donde el público estuviese muy concentrado en lo que pasaba en el escenario. Mandó construir el famoso Teatro de Bayreuth con indicaciones detalladas de cómo sería el patio de butacas, de cómo estaban distribuidos los asientos, de cómo sería el foso para la orquesta y muchas curiosidades más.
Las historias de sus óperas eran realmente diferentes a lo que se estaba haciendo en el momento, mostraban tramas complejas, con muchos personajes, mezclando la naturaleza con la fantasía. Vaya, que recuerda mucho a otras obras actuales. Y es aquí donde dejando volar la imaginación, resucitamos a Richard Wagner con 50 años. Aterriza en Barcelona y le mostramos cómo ha cambiado el mudo en el año 2023. Aparte del soponcio que le pudiese dar, alucinaría con todas las opciones tecnológicas para llevar a cabo la puesta en escena de sus ideas. Seguramente, con todo ello querría proporcionar una experiencia inmersiva en toda regla.
Las historias
Una de las primeras cosas que podría hacer Wagner en su visita al 2023 es visitar una librería o una biblioteca y coger, por casualidad, una novela de Tolkien o visionar un DVD de la serie Juego de Tronos. Se llevaría las manos a la cabeza al ver las muchas similitudes que tienen con sus historias y seguro que querría conocer a sus autores. Con Tolkien lo tendría un poco complicado, ya que murió en 1973, pero con los guionistas de Juego de Tronos, seguro que podría entablar alguna conversación interesante. Wagner se daría cuenta de que la temática que él proponía hace 2 siglos, en la actualidad cuenta con muchos seguidores y se plantea escribir otra ópera para llegar a todos estos fans. Está convencido de que sus óperas son ideales para ellos.
Wagner descubre Barcelona
Unos días después de aterrizar en Barcelona, empiezan a correr tweets de que se ha visto en la ciudad a un tal Richard Wagner y desde las grandes instituciones musicales organizan un evento para conocerlo a la vez que le ofrecen las salas de concierto. Wagner muy agradecido les dice que primero quiere conocer la ciudad. Nunca había podido estar en ella, y estuvo tentado de visitarla alguna vez en su vida. Mantuvo correspondencia con unos jóvenes de Barcelona que querían nombrarlo presidente honorífico de la Sociedad Wagner. De esta manera, le organizan un recorrido por el centro de Barcelona. Una de las paradas para conocer la gastronomía catalana, es el restaurante Els Quatre Gats. Allí le cuentan que años atrás, un grupo de fanáticos de su obra, fundaron la Asociación Wagneriana y gracias a todas las actividades de divulgación que realizaron, el número de wagnerianos en Barcelona empezó a crecer hasta conseguir ser la primera ciudad en el mundo (fuera de Bayreuth) donde se estrenó Parsifal. Wagner pregunta si ahora continúa existiendo esta asociación, y le mencionan el actual Club Wagner al que decide ir a conocer.
Recibiendo estímulos
Durante los siguientes meses, Wagner se impregna de todas las novedades existentes. Descubre inventos cómo los teléfonos móviles, el mundo del cine, los televisores y las series de plataformas. Conoce la nueva manera de consumir historias. Tiene en sus manos por primera vez un ebook, escribe textos desde un ordenador. La cabeza le explota en cada paso, pero a la vez descubre que es mucho más productivo a la hora de plasmar sus ideas, tanto de historias como de música.
Ahora, para escribir las notas musicales, no necesita un papel. Lo puede hacer con un programa informático y además puede escuchar cómo suenan de manera automática. Si necesita inspiración y quiere conocer qué hicieron los compositores posteriores a él, no necesita una orquesta para escuchar la música. Tener una base de datos inmensa sobre música, podría abrumarlo más que saciar su curiosidad.
Todo es nuevo para él, incluso la manera de encontrar historias, leyendas y mitos. Descubre las Bibliotecas y todos sus fondos, los archivos de acceso público y los museos. Por no hablar de los medios de transporte para reunirse con las personas. Los procesos se simplifican en el tiempo y todo va a otra velocidad. No tiene que mandar una carta para establecer conversación con sus contactos lejanos. En tiempo real, pude hablar, incluso ver algo muy lejano.
Mientras pone en marcha su maquinaria para escribir una nueva historia y ponerle la música, decide investigar también el tema material de la puesta en escena. Las posibilidades que se le abren son infinitas. Desde nuevos materiales, menos pesados, más resistentes y mejor transportables, hasta elementos que adquieren casi vida propia. Plataformas que se pueden mover y desplazar por el escenario. Luces que pueden seguir patrones informáticos para crear otros efectos… y entonces es cuando Wagner vuelve a innovar, siglos después y por fin tiene en la cabeza como será la puesta en escena de su nueva ópera.
Vuelve a crear haciendo historia
Ya que el Liceu está en un proceso de búsqueda de ideas para construir el nuevo Liceu Mar, Wagner les propone un plan. De esta manera, otra vez, se construye el teatro a su medida. Esta vez será diferente a nivel tecnológico, pero con la misma esencia, hacer que el espectador se sienta dentro de la historia. La sala tendrá las butacas en fila, asegurando la misma visibilidad para todas, pero en esta ocasión las butacas serán bastante más cómodas. En concreto, unas butacas abatibles con movimiento inmersivo. En determinados momentos de la ópera, el público se tendrá que colocar unas gafas de realidad aumentada y las butacas realizarán movimientos para generar una sensación totalmente realista. La orquesta estará ubicada en el foso, pero añadirá efectos amplificados para potenciar el sonido por toda la sala. Y los cantantes, en ocasiones dejaran de cantar sólo desde el escenario, para acercarse más al público.
Por último, Wagner se obsesionó con añadir algún sentido más y estuvo trabajando en un aparato que fuera desprendiendo aromas en cada una de las escenas. Así, cuando la historia estaba sucediendo en un bosque, el público podría también oler a árboles mojados, a niebla. Cuando la trama sucedía en un castillo, podrían oler el aroma que desprenden los objetos y las telas. Y para rematar su idea de Leitmotiv (que era asociar a cada personaje u objeto una breve melodía), traslada este concepto al mundo olfativo. A cada rol le atribuye un aroma característico y cuando aparece o cuando se hablar de él, el público lo nota no sólo con la música, sino también con el olfato.
Seguro que al imaginarlo se te ocurren más choques culturales, puede ser un pozo sin fondo esto de hacer historia ficción y viajes en el tiempo. De momento nos quedamos abriendo más incógnitas.
¿Cómo se enfrentaría Wagner al mundo de la Inteligencia Artificial? Cuando descubra las aplicaciones que se dedican la composición musical, ¿contemplará usarlas? ¿Llegará a ser suficientemente compleja la IA como para escribir música interesante? ¿Podría utilizarla como una base para seguir creando? Descúbrelo en este artículo.